El 15 de diciembre de 1840, un cortejo imponente conduce al Emperador hacia su última morada: los Inválidos, en París. Napoleón reposará pues a partir de entonces, según su voluntad, «a orillas del Sena, en medio de ese pueblo francés que tanto ha amado». Si, pero…
En 1840, pues, los ingleses autorizan a los franceses a repatriar el cuerpo de Napoleón, hasta entonces enterrado en el valle de los geranios, en Santa Elena.
Los Franceses exigen poder abrir el féretro durante la exhumación. Hay que estar seguros que se trata efectivamente el cuerpo del Emperador.
Los testigos presentes anotan todo lo que ven, hacen croquis.
Y en ese momento, comienzan los problemas.
En efecto, primero Georges Rétif de la Bretonne y Bruno Roy-Henry enseguida examinan los testimonios de 1821 por un lado (los de la inhumación), y los de 1840 por otro (los de la exhumación). Éstos no concuerdan.
He aquí las principales características:
* Las decoraciones
* Las medias de seda, calzadas en 1821 y ausentes en 1840
* Las botas descosidas de manera idéntica en ambos pies mientras que todo lo demás está en perfecto estado de conservación.
* Las espuelas de plata, que faltan igualmente.
* El cuerpo en un mejor estado de conservación en 1840 que en 1821.
* Los dientes de una perfecta blancura en 1840.
* La barba y los cabellos que han vuelto a crecer.
* Los jarrones fúnebres de plata que se han desplazado (contienen el corazón y el estómago).
* Las piernas plegadas en 1840.
* El número de féretros.
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