L'Énigme des Invalides

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Message Publié : 25 Juil 2015 10:59 
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La máscara mortuoria de Napoleón Bonaparte: el rostro de una obsesión

http://www.e-imagen.net/project/la-masc ... -obsesion/

El siglo XIX fue indudablemente el momento álgido de las máscaras mortuorias. Éstas existen desde, al menos, el Egipto antiguo, pero a finales del XVIII y fundamentalmente durante el XIX se crearon infinidad de máscaras mortuorias de personajes relevantes de la época, tantas que nos quedaríamos absortos si pudiéramos agruparlas en una hilera imaginaria. En un período histórico tan dinámico, convulso y complejo (en el que se desarrollan las tensiones entre los clasicismos, los movimientos románticos, pero también en el que perviven con fuerza las singularidades ancestrales de cada lugar) surgen los héroes nacionales, las celebridades, los genios atormentados y un largo etcétera de personalidades que buscaban conservar la imagen del rostro antes de que éste desapareciera ante la inevitable descomposición. En ocasiones las máscaras mortuorias se empleaban como simples medios (técnicos) a partir de los cuales elaborar un posterior retrato exaltatorio, pero esta realidad mostraba únicamente una pequeña parte de la naturaleza de estos objetos. En otros casos las máscaras mortuorias no sólo se conservaban después de que hubieran sido empleadas como modelos, sino que adquirían una autonomía propia convirtiéndose en objetos apreciados y reclamados por un nuevo público que ansiaba conservar, e incluso coleccionar, el rostro en yeso de la persona que admiraba.
Artículo

Gorka López de Munain

Fecha: 14/03/2015

Cómo citar este artículo:
López de Munain, Gorka (2015) La máscara mortuoria de Napoleón Bonaparte: el rostro de una obsesión, e-imagen, Revista 2.0, Sans Soleil Ediciones, España-Argentina, ISSN 2362-4981

Uno de los ejemplos más llamativos de esta época lo constituye sin duda alguna la historia de la máscara mortuoria de Napoleón Bonaparte. Los pormenores novelescos del caso y la ingente bibliografía generada a su alrededor convierten a la máscara del emperador francés en una de las más discutidas de cuantas conocemos[1]. Quizás hoy pueda parecernos una pieza un tanto bizarra que podría descansar sin mayor problema en las estanterías polvorientas de algún museo menor, pero nada más lejos de la realidad: el debate sobre su historia y autenticidad sigue activo y, como veremos, la venta de alguna de las copias considerada auténtica puede llegar a desatar un auténtico conflicto diplomático, además de alcanzar cifras nada despreciables en una subasta. Hagamos un repaso más o menos detenido sobre las circunstancias que rodearon a la creación de la pieza y a su posterior difusión, pero en todo momento invitamos al lector a elaborar una reflexión en segundo plano acerca del valor que tiene algo tan difuso y difícil de comprender como es la “presencia” en las imágenes. Que un objeto, artística y técnicamente irrelevante, ejecutado mediante un proceso rudimentario como es la creación de un molde del rostro con yeso sea capaz de generar las reacciones que veremos a continuación, nos sugiere que en ocasiones atribuimos a las imágenes cualidades cuya existencia o realidad sólo depende de aquello que vuelque (o espere) el observador; lo cual, y esto es lo importante, en ningún momento le resta autenticidad.

*

Cuando Napoleón fue desterrado por el ejército británico a la isla de Santa Elena el 15 de julio de 1815, su suerte ya había sido echada. Casi seis años más tarde, el 5 de mayo de 1821, moriría aquejado de unos intensos dolores estomacales que pudieron deberse a un cáncer hereditario o, más probablemente, a un envenenamiento con arsénico. En cualquier caso, sabemos que Napoleón estaba acompañado de médicos y gente de confianza en su exilio en pleno Atlántico y fueron éstos quienes iniciarían la compleja historia de su máscara mortuoria. Y es que los sucesos que acompañaron su elaboración y posterior difusión, como veremos, están mucho más cercanos a una novela detectivesca que a una investigación académica. Existen diferentes teorías que han ido avanzando a lo largo del tiempo creando en suma un cóctel verdaderamente difícil de desentrañar. A continuación realizaremos un rápido repaso a éstas poniendo el foco en cómo la propia máscara adquiere una independencia o autonomía total con respecto a todo posible uso posterior como modelo.

George Leo de St. M. Watson escribió en 1915 una muy documentada historia de la máscara mortuoria de Napoleón basándose en multitud de testimonios orales, fuentes escritas y con el asesoramiento de especialistas de la época como frenólogos y antropólogos forenses[2]. Para intentar esbozar las teorías, leyendas (y subleyendas) a propósito de la máscara, seguiremos en buena medida el relato de Watson al que puntualmente iremos añadiendo las importantes aportaciones y revisiones incorporadas por otros estudiosos con posterioridad –además de los recientes análisis de ADN efectuados sobre uno de los ejemplares más controvertidos, pero ya tendremos tiempo de ir deshaciendo la madeja–.

Recluido en la casa de Longwood, donde permaneció durante su destierro en Santa Elena, el 5 de mayo, a las 17:49, muere finalmente el antiguo Emperador, y el gobernador de la isla, Hudson Lowe, manda al doctor Archibald Arnott[3] que se encargue del cadáver. Mme. Bertrand, la mujer del general Henri Gatien Bertrand –militar muy cercano a Napoleón que estuvo a su lado en Elba, en Santa Elena y que después se encargó de repatriar sus restos en 1840–, insistió desde un primer momento en que debía hacerse una máscara, pero al parecer se mostró reacia a que ésta fuera elaborada por un inglés. Entre tanto, los artistas Ensign Ward y Joseph William Rubidge crearon algunos bocetos del cadáver antes de que se descompusiera[4].
Grabado realizado a partir de los dibujos de Rubidge.

Grabado realizado a partir de los dibujos de Rubidge.

El día 6, el médico corso François Antommarchi (1780-1838) declaró que podía realizar la máscara al difunto si conseguían suficiente yeso. Se intentó localizar material a lo largo y ancho de la isla pero al parecer no fue posible y él no se sentía capaz de llevar a cabo la labor con barro de mala calidad[5]. Mientras tanto, Mme. Bertrand comenzaba a impacientarse y el doctor Francis Burton se ofreció a extraer el molde del rostro de la manera que fuera posible (al parecer sabía de un lugar cercano donde se podría encontrar yeso) viendo que el cadáver comenzaba a descomponerse. El día 7 contaban por fin con el material necesario y el doctor inglés Burton, probablemente con el apoyo de Antommarchi, se puso manos a la obra antes de que los rasgos de Napoleón fueran irreconocibles. Todo parece indicar que se obtuvo un molde dividido en dos piezas, como era habitual en este tipo de prácticas.

Al día siguiente, Burton volvió a Longwood y comprobó que faltaba una parte de la máscara. En este punto hay mucha controversia sobre qué parte fue la que desapareció –algunos autores dicen que la máscara se hizo en tres partes y que la faltante sería la correspondiente al rostro, pero esta teoría no encaja con la técnica habitual de obtención de moldes faciales– pero todos los autores coinciden en que fue Mme. Bertrand quien se llevó la pieza, probablemente con el conocimiento de Antommarchi. Burton protestó enérgicamente reclamando la devolución de la pieza, pero esto nunca sucedió. Al verano siguiente, Antommarchi fue invitado por Mme. Bertrand a su residencia en Europa y Watson sugiere que entre ambos debieron confeccionar de algún modo el modelo de máscara que hoy conocemos; sin embargo, los primeros ejemplares no verían la luz hasta ocho años después de aquel encuentro, justo después de que Burton muriera.

Antes de que la máscara de tipo Antommarchi apareciera en Europa a finales de la década de los veinte, algunas copias con rasgos diferentes empezaban a circular en determinados ámbitos. Sin embargo, tras la aparición del modelo “canónico”, éste consiguió finalmente hacerse con la fama por encima de los demás. En 1834 el médico corso realizó una exposición en Londres mostrando los moldes y fue entonces cuando empezaron a aparecer las primeras voces discordantes. Debieron circular muchas copias en aquel momento por Europa, dada la fascinación que despertaba el efigiado, pero son escasas las que han llegado hasta nuestros días. El doctor Robert Graves, primo del doctor Burton, expuso una conferencia en la que defendía que Antommarchi no había realizado máscara alguna en su estancia de Santa Elena, pero sus argumentos no consiguieron vencer al peso de la fama que arrastraba ya la pieza.
Máscara mortuoria de Napoleón llamada "Boys".

Máscara mortuoria de Napoleón llamada “Boys” de tipo Antommarchi.

Antommarchi, sabiendo que existía gran veneración en Nueva Orleans por la figura del Emperador, viajó a tierras americanas para establecer allí su residencia. En 1834 el médico ofreció a la ciudad de Nueva Orleans una copia de bronce de la máscara que se exhibiría en el Cabildo[6]. Pronto, tanto su fuerte carácter como las enemistades que se creó en la ciudad le llevaron a trasladarse a La Habana, cuando la isla de Cuba se encontraba bajo el mando del general Miguel Tacón. Un primo del doctor, Antonio Antommarchi, tenía allí una plantación de café en Santiago de Cuba y todo apunta a que se acomodó finalmente en esta ciudad. Antes de morir hizo varias copias para diferentes personas con altos cargos que vivían en la isla y, como cuentan algunas fuentes, le regaló la original al general Juan de Moya. Las guerras acontecidas en la isla durante aquel período hicieron que la familia vendiera la máscara al general José Lacret y Morlot, cuando finalmente se le perdió el rastro[7].

*

Después de repasar, a grandes trazos, el recorrido de la máscara de Antommarchi, son muchas las dudas que nos asaltan sobre la veracidad de la misma. El historiador Bruno Roy-Henry, defensor de la teoría de que el cuerpo que descansa en el Hôtel National des Invalides no es realmente el de Napoleón[8], defiende también que la máscara de tipo Antommarchi es falsa y no muestra realmente el rostro del Emperador. En una “carta abierta” al Teniente Coronel Chaduc, Conservador del departamento 1789-1871 del Museo de la Armada, Roy-Henry carga contra la versión original argumentando que se trata de una enorme estafa sostenida en el tiempo por un entramado de intereses de lo más variado y complejo[9]. Chaduc, apoyado en las teorías del especialista en las máscaras mortuorias de Napoleón Eugène de Veauce[10], defiende la autenticidad de ésta fundamentalmente porque es en el Museo de la Armada de París donde se encuentra uno de los ejemplares, llamado Burguersh, que se tiene por auténtico[11]. Al parecer esta copia fue realizada para Lord Burguersh, entonces ministro británico en Florencia, para que éste se la diera al escultor Antonio Canova –quien, según este relato defendido por Veauce, moriría antes de recibir la pieza–. Roy-Henry termina por concluir que no hay un solo indicio que nos asegure que la máscara fue obtenida del rostro de Napoleón por lo que lo más probable es que fuera simplemente de otro individuo desconocido y difundida posteriormente por Antommarchi[12].

Además de todo lo dicho hasta ahora, muchos autores afirman la existencia de otro molde que se sumaría a este particular rompecabezas. Según la versión más extendida, éste fue vaciado por el pintor Joseph William Rubidge –quien anteriormente hemos dicho que realizó algunos bocetos postmortem del Emperador– en algún momento del 7 de mayo de 1821, para después regalarle dos copias al reverendo Richard Boys, capellán de Santa Elena, antes de su partida de la isla en junio de 1821. Boys le regaló un ejemplar a su hija, la señorita Sankey, que se encuentra hoy día en la Maison Française de Oxford, y el otro se lo dio a su hijo, el archidiácono Markby Boys, el cual estuvo hasta hace pocos años en manos de un descendiente del reverendo Richard Boys (a quien, a su vez, se la legó Leonard Boys). Las máscaras “Sankey” y “Boys”, respectivamente, cuentan además, para sumar así más elementos de discusión, con sendas notas que, aparentemente, agregarían argumentos en favor de su autenticidad.
Nota manuscrita por el reverendo Boys que acompaña a la máscara denominada "Sankey".

Nota manuscrita por el reverendo Boys que acompaña a la máscara denominada “Sankey”.

La máscara Sankey tiene una nota manuscrita por el propio reverendo Boys en 1862 que certificaría así su autenticidad. Dice la nota: “Loose 20th Oct.r 1862./ This Cast was taken from the Face of Napoleon Buonaparte as he lay dead at Longwod [sic] St Helena, by Mr Rubidge 7 May 1821 which I do hereby certify/ R Boys M.A./ Incumb.t of Loose & late Sen.r Chaplain St Helena”, con la fecha “7 de mayo de 1821” escrita aparte, consiguiendo con ello sumar confusión al testimonio. La nota del ejemplar de Boys, redactada por la misma mano pero mucho tiempo antes, dice lo siguiente: “This Cast was taken from the Face of Napoleon Buonaparte as he lay dead at Longwood St. Helena 7th May 1821 which I do hereby certify/ R. Boys M.A. Sen.r Chaplain/ By Rubidge”. Todo apunta a que esta nota se redactó cuando el reverendo aún servía en Santa Elena, lo que le dota a la pieza de mayor veracidad[13].
Nota manuscrita por el reverendo Boys que acompaña a la máscara denominada "Boys".

Nota manuscrita por el reverendo Boys que acompaña a la máscara denominada “Boys”.

Sin embargo, Watson sostenía que las máscaras Sankey y Boys fueron obtenidas a partir del molde que realizara Burton y no mediante un molde extraído por Rubidge. Es cierto que no hay datos que justifiquen dicha hipótesis, pero no es menos cierto que tampoco los hay en sentido contrario. Tanto el modelo Antommarchi como la Sankey o la Boys muestran el mismo rostro y si hubieran sido vaciadas en diferentes momentos existirían variaciones más notables. Las notas manuscritas del reverendo, por más respetable que fuera en su tiempo, no certifican su veracidad una vez vistas las complicaciones que rodearon la gestación y difusión de la pieza. Además resulta muy difícil saber por qué se escribieron con un lapso de tiempo tan prolongado. Y, por otra parte, si al menos una de ellas fue creada en la isla, ¿de dónde obtuvieron un yeso de tanta calidad?

Veamos algunos fotogramas más de este particular relato para intentar dilucidar otros aspectos que aún permanecen oscuros. La máscara Boys, cuyo último dueño era un muy lejano familiar del reverendo, se puso a la venta en Londres en junio de 2013 a través de la casa de subastas Bonhams, alcanzando el valor de 170.000 libras esterlinas. El catálogo elaborado para tan importante evento recogía multitud de referencias y datos, pero naturalmente obviaba aquellos que podían poner en tela de juicio la autenticidad de la obra o, mejor dicho, la demostración de que el efigiado fuera realmente Napoleón Bonaparte. Sin embargo, el suceso no quedaría resuelto con la venta de la pieza. En noviembre de 2013, Ed Vaizey, secretario de Estado de Cultura del Gobierno británico, declaró que se paralizaba la salida del país de la máscara mortuoria en espera de que surgiera un comprador del Reino Unido que impidiese su marcha (éste debería pagar más de 175.100 libras). El bloqueo se estableció hasta el 12 de enero de 2014 con una posible prórroga hasta el 12 de abril. En el año 2015 se celebraría el 200 aniversario de la Batalla de Waterloo y como el propio Vaizey declaró, “aún sigue habiendo una gran fascinación por Napoleón en el Reino Unido”[14].

Leslie Webster, responsable del Reviewing Committee on the Export of Works of Art and Objects of Cultural Interest (RCEWA) [Comité de revisión de la exportación de obras de arte y objetos de interés cultural] expresó acerca de la máscara que nos ocupa unas reflexiones que nos son de gran interés:

Este extremadamente extraño molde original tiene un poder y una inmediatez que pone los pelos de punta; la sensación de que estamos en presencia de Napoleón es muy fuerte. Hay muchos retratos grandiosos, así como caricaturas británicas contemporáneas de esta importante y controvertida figura, pero esta imagen en su lecho de muerte nos habla mucho más directamente a nosotros –aquí vemos al hombre en sí mismo y sentimos su carisma, incluso después de muerto–. Ésta es una supervivencia notable y valiosa[15].

La “presencia” como valor y la importancia del hecho de que sea un retrato postmortem adquiere un peso específico verdaderamente curioso en las palabras de Webster, quien proviene de un organismo gubernamental. Por su parte, el Arts Council England fue finalmente quien se encargó de realizar la evaluación del caso y en la página web de la institución pueden consultarse todos los documentos generados[16]. En la resolución del mismo se explica que, “durante el período de aplazamiento inicial, se nos informó de una seria intención de recaudar fondos para la compra de la máscara mortuoria por parte de una institución del Reino Unido. Para el final del segundo período de aplazamiento no se había recibido oferta alguna de compra de la máscara mortuoria, y por lo tanto se emitió una licencia de exportación”.
René Magritte, L’Avenir des statues, 1934 (Tate Modern, Londres).

René Magritte, L’Avenir des statues, 1934 (Tate Modern, Londres).

La fascinación que generó y sigue generando esta pieza es tan amplia y llamativa que no deja de asombrarnos. Desde que muriese Napoleón, su máscara ha estado creando noticias y siendo centro de atención no sólo en el XIX, siglo especialmente ávido de estas creaciones, sino que también en los siglos posteriores ha continuado esta extraña fijación. Tal fue su fama y transversalidad que incluso el propio René Magritte realizó una conocida obra a partir de una de estas réplicas (siguiendo el modelo de Antommarchi) con el título L’Avenir des statues (1934). También España ha tenido sus episodios de conexión con la pieza ya que cuenta con un ejemplar de bronce que se conserva en el Museo del Ejército, ubicado en el Alcázar de Toledo, proveniente del antiguo Museo de Artillería. Este museo tiene también, entre otras, las máscaras mortuorias de Franco y de Santiago Ramón y Cajal[17].

Aunque parezca imposible, aún quedan otros flecos por comentar sobre esta singular máscara que repasaremos muy brevemente. Como ya hemos dicho, además del tipo Antommarchi, hay otras máscaras de Napoleón diferentes sobre las que merece la pena detenernos[18]. Nos fijaremos en la máscara conocida como RUSI que perteneció al anticuario William Reeves y que fue adquirida por Charles Alder en la década de 1930 para después ser depositada el 5 de agosto de 1939 en el Royal United Service Museum de Londres, institución dependiente de la Royal United Service Institution (RUSI) (fig). El teniente coronel Chaduc decía que la pieza “proviene de un impostor que se hacía llamar ‘príncipe Luis Carlos de Borbón’. Esta mascarilla es de procedencia totalmente desconocida, presenta a un personaje mofletudo y desdentado en nada parecido a Napoleón en 1821”. Roy-Henry, en su encendida respuesta a Chaduc aclara que el supuesto impostor es el anticuario Reeves y explica el devenir del ejemplar hasta parar en el RUSI.
Comparativa entre la máscara Antommarchi y la RUSI.

Comparativa entre la máscara Antommarchi y la RUSI. Montaje realizado por A. Martin.

Pero lo interesante del caso es que toda esta discusión ha tenido como escenario de confrontación no ya los libros eruditos como los de Watson o Veauce, sino los foros de Internet donde los estudiosos aficionados de Napoleón han ido indagando sobre todos estos enigmas a fin de esclarecer alguno de sus puntos más oscuros. Por ejemplo A. Martin, autor de la web http://www.napoleon1er.com, realizó en el año 2001 un estudio comparativo de la máscara RUSI con los rostros de los descendientes de Napoleón empleando unos montajes verdaderamente originales. Tal fue el impacto generado que incluso la propia Direction des musées de France[19] y el propio Chaduc en representación del Musée de l’Arme[20] (a cuyas palabras contestaría Roy-Henry en su citada carta) respondieron a las afirmaciones de Martin que sostenía la autenticidad de la máscara RUSI frente a la conservada en el Musée de l’Arme.

En el foro de la web de Roy-Henry (y en una sección de la página), una última entrada del 18 de mayo del 2015 explica las novedades sobre las pruebas de ADN llevadas a cabo en la máscara de RUSI[21]. El infatigable investigador francés aporta las conclusiones del análisis efectuado por el dr. Gérad Lucotte sobre el ejemplar conocido como Rusi; éstas, al parecer, son contundentes: “La máscara RUSI es –por todas las razones anteriormente expuestas– la única máscara mortuoria conocida de Napoleón, moldeada a partir de la parte facial hecha en Santa Elena en 1821 por los doctores Burton y Antommarchi, y la que refleja fielmente el rostro de Emperador tras su muerte”.
Máscara mortuoria de Napoleón conocida como "RUSI".

Máscara mortuoria de Napoleón conocida como “RUSI”. Roya United Service Institution, Londres.

Habrá que esperar a ver las reacciones de las instituciones que hasta la fecha han defendido con tanta vehemencia la autenticidad de las piezas que este nuevo informe determinaría como falsas –aunque lo más probable es que poco, o nada, cambie en este sentido–. En todo caso, entrar en este terreno nos llevaría por otros derroteros que sobrepasan los propósitos con los que hemos emprendido este breve recorrido por algunos de los pormenores que rodearon (y, como vemos, aún hoy siguen haciéndolo) a la(s) máscaras(s) de Napoleón. Lo que nos interesaba era evidenciar la capacidad de generar fascinación que tienen estas piezas por encima de otros criterios, como los estéticos, en los que a menudo tendemos a reparar. La “presencia”, ese concepto lábil, escurridizo, incluso en ocasiones molesto, hace acto de aparición para poner sobre la mesa interrogantes que todo aquél que se ocupe de forma comprometida del estudio de la cultura visual tendrá que afrontar tarde o temprano.
Notas bibliográficas

[1] Para un estudio reciente de las máscaras mortuorias de esta época, véase: Marcia Pointon, «Casts, Imprints, and the Deathliness of Things: Artifacts at the Edge», The Art Bulletin 96, no 2 (3 de abril de 2014): 170-195. Esta investigación puede complementarse con el libro clásico: Ernst Benkard y Georg Kolbe, Das ewige Antlitz : eine Sammlung von Totenmasken (Frankfurt & Berlin: Frankfurter Verlags-Anstalt, 1926). Existe una traducción del mismo: Ernst Benkard, Rostros inmortales. Una colección de máscaras mortuorias, ed. Gorka López de Munain (Barcelona: Sans Soleil Ediciones, 2013).

[2] St. M. Watson, The story of Napoleon’s death-mask. Told from the original documents By G. L. de St. M. Watson with illustrations (Londres y Nueva York: John Lane, 1915).

[3] A Arnott se le atribuirá posteriormente la creación de una máscara mortuoria diferente. Sin embargo se trata de una hipótesis muy poco fiable.

[4] Aunque se encuentra sensiblemente condicionado por el hecho de ser el catálogo elaborado para la venta de una de las máscaras, tomamos algunos datos de interés del mismo: Napoleon’s death mask, vol. 1793 (Londres: Bonhams, 2013).

[5] Watson señala que el día 6 Burton realizó una máscara en dos partes, pero la definitiva sería la que se ejecutó el día 7. Puede consultarse un buen resumen en un artículo publicado tras la aparición de la obra de Watson: “The mystery of Napoleon Death Mask. New light on controversy has raged for years over Antommarchi and Sankey casts”, The New York Times, 15/08/1915.

[6] La pieza, después de estar expuesta en el Cabildo, desapareció durante 43 años hasta que fue de nuevo colocada en el Louisiana State Museum. Para más información, véase: Death Mask of Napoleon. Its Story. Lost 43 Years, Found and Returned to the Louisiana State Museum. (Nueva Orleans, The Museum, 1936).

[7] El nieto del general José Lacret y Morlot relata este suceso en un artículo donde aprovecha para poner a la venta la máscara que había heredado de su abuelo. Véase: “Says Genuine Death Mask of Napoleon Is Now in Havana”, The New York Times, 13/02/1916.

[8] Bruno Roy-Henry, Napoleon, l’énigme de l’exhumé de Sainte-Hélène (Paris: L’Archipel, 2003).

[9] El propio Roy-Henry tiene una página web en la que defiende el caso: http://www.empereurperdu.com/eemasque.html

[10] Eugène de Veauce, L’affaire du masque de Napoléon (París: Impr. Bosc frères, 1957); Eugène de Veauce, Les Masques mortuaires de Napoléon: le point de la question (París: La Pensée Universelle, 1971).

[11] La carta de Chaduc fue redactada en respuesta a una acusación emitida por una web francesa que reclamaba la autenticidad de otro ejemplar hasta entonces desatendido. Veremos el caso más adelante.

[12] Los argumentos ampliados para defender esta hipótesis pueden consultarse en la web anteriormente citada del estudioso francés.

[13] Los textos, y las consideraciones sobre los mismos, están extraídos del catálogo de la casa de subastas Bonhams: Napoleon’s death mask, 1793:7.

[14] Incluso varios medios españoles se hicieron eco de la noticia. El periódico ABC, en una noticia tomada de EFE, titulaba: “Reino Unido bloquea la exportación de la máscara mortuoria de Napoleón”, ABC, 14/11/2013.

[15] https://www.gov.uk/government/news/at-r ... rt-from-uk

[16] http://www.artscouncil.org.uk/what-we-d ... gs-201314/

[17] “La máscara mortuoria de Napoleón, en el Alcázar”, ABC, 01/11/2010.

[18] Roy-Henry, en su carta abierta a Chaduc anteriormente comentada, expone algunas de las más conocidas: http://www.empereurperdu.com/eemasque.html

[19] http://napoleon1er.perso.neuf.fr/Masque ... usees.html

[20] http://napoleon1er.perso.neuf.fr/ReponseMuseeArmee.html

[21] viewtopic.php?f=40&t=5217 Véase también la última incorporación en su web: http://www.empereurperdu.com/masque.html

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"Tant que les Français constitueront une Nation, ils se souviendront de mon nom."

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